jueves, 23 de septiembre de 2010

Pertenezco a la generación de los niños perdidos. Aquellos que crecieron y espabilaron demasiado deprisa, y ahora temen crecer, y que la vida sea igual de mierda que como se imaginaban con apenas trece años. Pertenezco a esa generación dolida por ver a sus mayores embebidos en las drogas. A esa generación a la que no le hacía falta emborracharse para hacer locuras.
A esa cantidad de tarados que aun con veinte abriles siguen comportándose como niñatos; porque en algún punto del camino dejaron de ver la luz, mandaron a la mierda la responsabilidad que nadie quería tener ¿y por qué les tocaba a ellos ser responsables, ser el futuro, ser los siguientes?
No se trataba de beber para desinhibirse, de divertirse. No hacía falta. La locura fluía por mis venas como si mi madre se hubiera drogado día sí día también hasta el día de mi parto…
¿Por qué era yo la que tenía que ser cabal? Somos la generación de los niños buenos e inteligentes a los que se nos trató como escoria por culpa de las generaciones de yonkis anteriores.
Y a partir de ahí, todo nos dio igual. Y vengan a nosotros la fiesta, el sexo y el caos. Y disfrutemos de un futuro negro mientras podamos. Y que le jodan a todo, a la ética y la moral. Autodestrucción, y lo sabemos. Y nos importa. Y por eso lo hacemos.